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Cide Hamete Benengeli es presentado por el narrador-editor del Quijote, en el capítulo IX de la primera
parte, como el autor de un manuscrito arábigo que es traducido al castellano por un morisco
alijamiado, y que comprende la historia de Don Quijote. El resultado de la traducción del texto de
Hamete es editado por el Narrador del Quijote, quien se comporta como «segundo autor» y editor de la
obra. Cide Hamete es sólo un recurso estilístico, un personaje que sirve al diseño retórico del sistema
narrativo. El estilo de Cide Hamete está en la línea de los autores ficticios de las novelas de caballerías,
es hiperbólico, enfático e inverosímil, como lo es el personaje mismo, mientras que la voz del
Narrador-editor representa el contrapunto de discreción, sensatez y verosimilitud. El narrador-editor se
burla de Don Quijote, transcribe los títulos de los capítulos, y su estilo es intensamente irónico con los
personajes; Hamete, sin embargo, los presenta, eleva y enfatiza como héroes.
Conviene advertir que el lector real no accede nunca al texto original (arábigo) atribuido a Cide
Hamete, ya que su discurso es siempre citado, mencionado, entrecomillado o resumido, de modo que,
en la obra de ficción, es resultado de dos revisiones o transducciones, la del morisco aljamiado y la del
Narrador-editor. Ante todo, Cide Hamete complica, fragmenta, multiplica, disgrega..., la unidad autorial
que representa Cervantes, quien resulta progresivamente desplazado en su propia obra, a través de
estratificaciones discursivas discretas y concéntricas.
Las notas intensivas más recurrentes sobre Cide Hamete proceden inicialmente del Narrador-editor, e
insisten en presentarlo como «autor arábigo y manchego» (22, I) y como cronista o «historiador muy
curioso y muy puntual en todas las cosas, y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser
tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio» (16, I), de modo que resulta situado en el
intertexto literario de los «autores ficticios», sabios y encantadores, habituales en las novelas de
caballerías. Las notas intensivas más recurrentes sobre Cide Hamete proceden inicialmente del
Narrador-editor, e insisten en presentarlo como «autor arábigo y manchego» (22, I) y como cronista o
«historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas, y échase bien de ver, pues las que quedan
referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio» (16, I), de modo que resulta
situado en el intertexto literario de los «autores ficticios», sabios y encantadores, habituales en las
novelas de caballerías.
El capítulo III de la segunda parte es uno de los más completos respecto a la configuración de la
etiqueta semántica de Cide Hamete Benengeli. Este capítulo puede leerse como un irónico
metadiscurso de Cervantes sobre el Quijote de 1605; los personajes sirven de portavoces del autor,
quien actúa sobre las opiniones e impresiones que en el público ha causado la primera parte de la
novela. Los datos más sobresalientes que se desprenden del diálogo entre Don Quijote, Sancho y el
bachiller Sansón, revelan que el hidalgo atiende ante todo a la veracidad de la narración, porque
«desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía
esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas».
La existencia de Cide Hamete es una especie de burla, y tan afortunada que se perdona casi siempre
su evidente despropósito. Es el único ejemplo de total inverosimilitud en el libro. Una de las funciones
más recurrentes de Cide Hamete a lo largo del Quijote, en sus relaciones con el Narrador, consiste en
ser presentado o citado como depositario y responsable de la narración de aquellos episodios más
discutiblemente verosímiles. Cide Hamete Benengeli aparece con frecuencia asociado por el Narrador a
los momentos más cómicos y risibles de la historia de Don Quijote, lo que convierte al cronista arábigo
en uno de los personajes más burlados de la novela, y más sobresalientemente pasivos de ella, ya que
Hamete no actúa en ningún momento como agente de nada: jamás habla directamente, ya que sus
palabras son citadas y manipuladas por el Narrador de la forma, irónica con frecuencia, que él estima
más conveniente.
El «traductor» del Quijote
Otro de los personajes del Quijote que forma parte del sistema retórico de autores ficticios es el
morisco aljamiado, al que el narrador-editor de la novela encarga la traducción de los manuscritos
arábigos que contienen los capítulos IX y siguientes de la primera parte y los de la segunda parte
completa, redactados anteriormente por Cide Hamete.
La etiqueta semántica. Como personaje literario del Quijote, Cide Hamete Benengeli posee un nombre
propio, que asegura la unidad de las referencias lingüísticas que se dicen sobre él, y una etiqueta
semántica, constituida por el conjunto de notas intensivas y predicados semánticos que, manifestados
de forma discreta a lo largo del discurso, proceden del Narrador y de los personajes actanciales del
Quijote, pero nunca del propio Cide Hamete, que jamás habla por sí mismo.
El traductor morisco, del que desconocemos su nombre, y sobre el cual el texto apenas proporciona
notas intensivas que esclarezcan su identidad, no se limita meramente a traducir el manuscrito de
Hamete, sino que incorpora esporádicamente anotaciones y juicios que el Narrador menciona y cita
cuidadosamente, de todo lo cual se desprende que lo escrito por un autor resulta discutido o
enmendado por el que ha proseguido su labor.
Múltiples autores, múltiples versiones, múltiples anotaciones, parecen disgregar la concepción unitaria
del «autor», así como postular la imposibilidad de identificar en los objetos de la realidad la unidad del
mundo exterior, que resulta cada vez más complejo, mejor dinamizado y menos solidario.
Los poetas y académicos de Argamasilla
El texto de Cide Hamete, traducido, transcrito y citado por el Narrador, no constituye el único
testimonio ni la única contribución manuscrita al relato de Don Quijote -aunque sí la más extensa y
reiterada-, pues, además de la redacción de los capítulos I-VIII de la primera parte, correspondiente al
anónimo «autor primero», los últimos párrafos del Quijote de 1605 advierten que en el interior de una
caja de plomo, hallada en los cimientos de una antigua ermita, que un médico pone en manos del
Narrador-editor, se encuentran los epitafios y poemas con que este último cierra la primera parte del
libro.
La autoría de estos versos finales corresponde a los Académicos de Argamasilla, una más de las
ficciones cervantinas «constructoras» del Quijote, y que podría considerarse como una más de las
manifestaciones discretas del autor (implícito) textualizado.
LOS ACADÉMICOS DE LA ARGAMASILLA, LUGAR DE LA MANCHA EN VIDA Y MUERTE DEL VALEROSO DON
QUIJOTE DE LA MANCHA. Y seguidamente les da nombres jocosos a cada uno de los académicos. «Tal
academia es fingida, pues precisamente la comicidad estriba en afirmar que en esta población podía
existir una academia literaria como las muchas que había en Madrid». Los académicos eran seis: el
Monicongo, el Paniaguado, el Caprichoso, el Burlados, el Cachidiablo y el Tiquitoc.
El narrador del Quijote
El estatuto que caracteriza al Narrador del Quijote es doble, ya que no sólo pertenece como personaje
al sistema retórico de autores ficticios, a los que construye intensionalmente (Cide Hamete), y con los
que está en relación directa (morisco aljamiado), al introducir en su propio discurso las aportaciones
manuscritas que aquéllos le proporcionan, sino que es además el único de todos los «autores ficticios»
que real y verdaderamente narra lo que acontece en el Quijote, como discurso que transcurre in fieri, y
cuya escritura es simultánea al acto mismo de enunciación que registra la voz del Narrador.
Forma parte del Quijote, pero no interviene en la historia que comunican los manuscritos que manda
traducir, y cuya redacción dispone bajo sus propias modalidades y competencias. Organiza y compila
debidamente las diferentes versiones y crónicas (autor primero, Cide Hamete, indicaciones del
traductor, poemas de los académicos de Argamasilla...), y las edita como texto -destinado a un
narratario, o lector implícito, que en el mundo empírico es firmado (y elaborado) por Miguel de
Cervantes, como autor real del mismo, destinado como es natural al conjunto de lectores reales en que
nos situamos cada uno de nosotros.
Habitualmente, narra desde la tercera persona y no forma parte de la historia que cuenta (narrador
heterodiegético), aunque a veces utilice la primera persona, especialmente para describir su
implicación en el proceso de búsqueda y edición de los manuscritos (narrador autodiegético): «Estando
yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un
sedero; y como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi
natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí
ser arábigos...».
Se sitúa en el nivel más externo de las diferentes estratificaciones discursivas que constituyen las
diversas instancias locutivas del Quijote (narrador extradiegético), ya que representa la instancia
narrativa más elevada del sistema de las diferentes estratificaciones discursivas que dispone la novela:
Cervantes -> [Narrador-Editor -> Autor Primero (caps. I-VIII) / Cide Hamete (IX y ss) (traductor morisco)
-> Personajes del Quijote que narran historias intercaladas -> Lectores implícitos de cada uno de los
niveles narrativos anteriores] -> Lector Real; y dentro de la ficción discursiva es el responsable último
del discurso literario, de su universo referencial y de su sistema actancial y ficcional, así como de cada
una de las metalepsis del texto, o incursiones del narrador en el texto principal o diégesis (discurso
metadiegético [Narrador] -> discurso diegético [Autor Primero y Cide Hamete -> discurso hipodiegético
[Personajes actantes que narran historia intercaladas en la trama del Quijote]).
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