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Una vez en la playa, seca sus ropas y, ya al atardecer, trepa por unos riscos (22-51); el joven,
recordando a los dioscuros (Gemini), hijos de Leda y protectores de los navegantes, así como
el villano sigue de noche la gema que cierto animal lleva en su frente, se dirige a la luz, que
resulta ser la hoguera de unos cabreros (62-93). Apóstrofe a la vida rústica contrapuesta a la
corte, donde dominan la ambición, la envidia, la ignorancia, la adulación, la soberbia y la
mentira (94-135).
Mito de la edad dorada para describir la acogida del náufrago, a quien los cabreros ofrecen
leche, cecina, y lugar donde dormir tranquilo, hasta que al amanecer las aves, no la inquietud
guerrera, lo despiertan (136-181); Uno de ellos lo acompaña hasta un escollo desde donde se
domina el paisaje: Fértil valle fluvial que evoca la cornucopia (182-211); el cabrero, al hablar,
introduce el tema de las ruinas, pero interrumpe su disertación la cacería de un lobo, a la que
se suma (212-232). Edad dorada
El forastero, ya encaminado, descubre unas serranas: la primera tañe un instrumento cuyo
efecto es como el de Orfeo: hace detenerse las aguas de un arroyo; otras marcan el ritmo con
unas tejoletas de forma que incluso los peñascos y los árboles quisieran danzar (233-258). El
peregrino, desde el hueco de una encina, las contempla, y las creee bacantes o amazonas,
hasta que se cerciora de que son aldeanas que acuden a unas bodas mientras los aldeanos
aportan ricos presentes (259-280) Las
Bacantes
Un ternera (287), gallinas (292), cabritos (299), conejos (306), pavos de Indias (309), perdices
(316), una parra de miel (327), un gamo joven, cuya falta de ornamente provoca el humor del
poeta (329-334). Los mozos descansan junto al arroyo, manso por el efecto órfico antes
descrito (335-344). El peregrino se presenta, los saluda, y el anciano mercader, responsable
del grupo, adivinando en el vestido del naúfrago su desgracia y nobleza, pronuncia un largo
epilio sobre las navegaciones, que le parecen a la vez condenables y admirables (350-365).
Comienza preguntándose qué tigre hircana puede haber alimentado al primero que navegó,
haciendo que las velas fuesen respecto al viento como Clicie respecto al sol (366-373).
Compara el daño causado por los navíos con el que produjo el Caballo de Troya (374-378),
pero a continuación exalta el uso de la brújula (379-396).
Recuerda luego las navegaciones de los Argonautas (Tifis) y de Eneas (Palinuro) por un mar
que cierran las columnas de Hércules en el estrecho de Gibraltar (397-402); ahora en cambio
es la codicia la que ha impulsado los viajes de Colón (403-418), el descubrimiento del Pacífico
(419-429), la Conquista del Perú y sus riquezas (430-434).
No le bastó al mar, para detener a la codicia, oponerle orcas y ballenas, levantar olas y causar
inumerables muertos (435-446): la proeza de Vasco de Gama, ya anticipada en el verso 395,
lleva a los reinos orientales, de donde vienen oro y perlas, así como sustancias aromáticas de
Arabia, patria del Ave Fénix (447-465).
La circunnavegación del globo por Magallanes y Elcano termina evocando a la nave Victoria
(466-480). Pasa luego a hablar de las islas del Pacífico (481-490), tan hermosas que recuerdan
las ninfas de Diana y el mito de Acteón, sobre todo las Molucas (491-498), productoras de las
especias, que el anciano detesta porque le traen a la memoria la pérdida de su hijo (499-502).
Tras mucho suspirar, invita al forastero a sumarse a la comitiva de serranas y asistir a las
bodas (503-530). Siguen su camino formando coros a los que se une el canto de los pájaros,
mientras el arroyo intenta descubrir los pies de las jóvenes (531-561). Los mozos se imaginan
ganadores en los juegos nupciales, llegan a una encrucijada donde hay una fuente (562-579).
Las mozas se detienen a beber, pero no el anciano, poco amigo del agua (580-601). Pasan
pues, los montañeses, como las grullas, formando signos cambiantes, mientras ellas
descansan en la sombra sobre un césped que nada tiene que envidiar a las alfombras de
Sidón (602-614); llega otro grupo de villanas, vecinas y parientas del novio, y juntas forman
una alegre algarabía (615-629).
Ya cerca del ocaso, se ponen en marcha, alcanzan a los serranos, y entran en la aldea
(630-645), cuyo templo despide fuegos artificiales, que hacen evocar los incendios producidos
por la imprudencia de Faetón (646-658). El anciano y su huésped se acercan a los álamos
donde que hay junto al arroyo, donde jóvenes bailan alumbrados con teas, hasta caer
rendidos (659-679).
Se apagan los fuegos y, al hacerse el silencio, solo se oye el hacha de los villanos que
preparan los juegos del día siguiente cortando troncos (680-694); así hay chopos, cuya
corteza tiene inscripciones amorosas de pastores, que van a servir para formar macizos e
hileras (695-704). El sol, despierto por Himeneo, ensilla sus caballos, y el huésped admira los
arcos entrelazados de rosas, violas y jazmines que adornan el lugar (705-721).
El anciano le presenta al novio, al suegro y a la novia, cuya belleza la recuerda a su amada
(722-736). Interrumpen su emoción (737-749) los mozos que vienen a sacar a los novios,
cuyos cuellos va enlazando Himeneo, entre un enjambre de amorcillos hijos de las ninfas
(750-766). Los coros alternos, que terminan siempre invocando al dios del matrimonio,
describen, primero, el novio, comparado con Cupido (767-779), luego la novia, comparada
con Psiquis (780-792).
La tercera estrofa exhorta a los cupidillos para que arrojen flores y alejen las aves agoreras
(793-805), mientras la cuarta ruega a Juno, diosa del matrimonio y de los partos (Juno Lucina),
que la novia supere a Níobe en fecundidad (806-818). La quinta desea a la pareja hijos fuertes
y prosperidad en ganado, aceite y vino (819-831), mientras que la última.
Pide para ellos hijas pastoras y tejedoras, que no caigan en la arrogancia de Aracne, castigada
por representar en sus tapices los engaños de los dioses, como los de Dánae y Leda
(832-844). Concluida la ceremonia, vuelven a la casa de la novia (845-851), cuyo padre invita
a todos los comarcanos al banquete nupcial (852-857).