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LA MADRE
El poco peso que tiene la figura de la madre en la comedia del Siglo de Oro. Schevill sostiene que
las creaciones dramáticas del Barroco dan la impresión de que la sociedad humana, con raras
excepciones, no tiene madre. Pfandl afirma que la mujer como madre era algo misterioso – la madre
no figura nunca como personaje en las comedias. Bomli dedica poca atención a la figura de la
madre y los tipos que destaca son la codiciosa y la indigna. En Lope de Vega son escasas, pero
existen y suelen tener un carácter negativo.
Christiane Faliu-Lacourt → tipología de madres = la madre infanticida, la castradora, la rival, la
educadora y la espiritual. Se deduce que en aquella época no existía la mística maternal que se da en
la sociedad contemporánea. Los textos de los moralistas nos indican que las mujeres tuvieran una
relación con los hijos fría, distante o inhumana. Guevara apunta que lo primero que desean las
mujeres es ser muy hermosas y lo segundo verse casadas y lo tercero verse preñadas. Vives
recomienda a la recién casada “no tengas miedo de incurrir en el crimen de la esterilidad”. Andrade
recomienda a las mujeres que no hagan diligencias extraordinarias para tener hijos, que no recurran
a gitanas ni a hechiceras.
Una vez nacido el niño no estaba bien visto que la madre le diera el pecho; a quien su posición
social le permitía contratar un ama, lo hacía con pleno asentimiento por parte del marido. La madre
debe criar a la hija porque no solo tomamos amor a las personas que nos crían más aún con la leche
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bebemos en cierta manera sus costumbres. Es más importante criar a las niñas que a los niños
porque los últimos toman la mayoría de sus costumbres de fuera, mientras que las niñas todo lo que
saben lo sacan de su casa y de su madre.
Guevara ataca a las madres que no dan de mamar a sus hijos – las llamas “ingratas”. Las mujeres
deben criar a los niños porque para eso la naturaleza las proveyó de leche y porque sean madres
enteras y no medianas madres. Cree en la influencia de la lecha en las condiciones morales del niño.
Fray Luis de León critica a las mujeres que se casan pensando que “con partir un hijo de cuando en
cuando, y con arrojarle luego de sí en los brazos de un ama, son cabales y perfectas”.
Alonso de Andrade → resume como debe ser la relación madre-hijo. Comienza diciendo que críe al
niño su propia madre, como manda San Jerónimo para que le cobre más amor y no tome resabios de
malas costumbres de otras amas. Al aconsejar que las madres críen a sus hijas, da por hecho que no
le van a hacer caso. Expresa la misma incoherencia de los moralistas del siglo XVI – pretende que
las mujeres sean muy tiernas con los niños de pecho y que luego supriman la afectividad cuando el
hijo comienza a ser una persona con la que es posible una comunicación humana.
Caro Baroja hace notar que la idea de que la leche transmite caracteres tenía implicaciones
religiosas.
Los dos papeles atribuidos por la sociedad contemporánea a las mujeres = ama de casa / madre. La
obsesión de los hombres del Barroco – en España – fue el adulterio femenino. Se consideraba que el
marido tenía derecho al uso exclusivo del cuerpo de su mujer y solo se podía hacer efectivo después
del matrimonio. Veblen cree que los incentivos que han actuado históricamente la orden a la
apropiación de las personas – particularmente de las mujeres – han sido:
1. Una propensión a dominar y coaccionar.
2. La utilización de aquellas personas como demostración de la proeza de su dueño.
3. La utilidad de sus servicios.
En España – el sistema jurídico – afianzaba el orden establecido imponiendo la pena máxima (= la
pena de muerte) a las mujeres que infringieran las reglas sobre el adulterio. Los moralistas
sancionaban el código del honor estableciendo un doble patrón moral para juzgar el adulterio
masculino y femenino. Pero condenaban la aplicación de la pena de muerte a las transgresoras, la
cual estaba permitida por las leyes. Escrivá sostiene que es mayor el pecado de la mujer adúltera
que el del varón. Alonso de Andrade → las mujeres deben guardarse y no tomarse ninguna libertad,
aunque sus maridos se la den. Fray Martín de Azpilicueta → la que haya tenido algún hijo que no
sea del marido “trabaje a inducir a tal hijo a entrar en religión o que se haga clérigo y reciba algún
beneficio eclesiástico y deje la herencia a los otros hermanos”. Galindo dice que la adúltera debe
restituir a los hijos legítimos en cuanto a la herencia, aunque puede hacerlo en secreto para no poner
a los hijos adulterinos en situación de infamia.
En cada contexto social, el honor era un principio discriminador de estratos y de comportamientos.
El honor lleva consigo. En lo que se refiere a la familia, el honor del padre y de la familia
descansaba en la incuestionable fidelidad de la esposa y en la igualmente incuestionable virginidad
de las hijas. En los contratos matrimoniales se menciona el honor de los padres y de las familias,
por ser las novias doncellas. Maravall cree que el honor conyugal trata de “mantener férreamente el
control físico de la sucesión filial en el orden psicológico-moral de los caracteres y en el orden
patrimonial de la herencia”. En el siglo XVII la obsesión por el honor fue notable porque “cuando
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una sociedad determinada se desmorona, se produce un endurecimiento de los resortes de
conservación”.
Las mujeres habían sido objetualizadas y apropiadas por los hombres, pero los hombres suelen
luchar y disputarse unos a otros sus objetos y sus patrimonios. La obsesión por el honor y por el
adulterio femenino son contemporáneos del mito de don Juan. El deshonor aparece como algo
irracional que se desencadena sobre el hombre.
En las ciudades, a las casadas los trabajos domésticos no las absorbían intensamente, ni tampoco el
cuidado de los hijos no elegían a sus maridos = en una estructura social así tiene que surgir una
propensión de las mujeres hacia el adulterio.
España → había leyes y expresaban la voluntad de los poderosos = Fuero Juzgo, Fuero Real y
Nueva Recopilación (1567) → permitían al esposo o al padre ofendidos matar a la mujer o a la hija
y a sus amantes en caso de adulterio. Los moralistas lo rechazaban en lo referente a la ejecución de
la venganza. Juan de la Cerda → “uno de los grandes errores que hay en el mundo, es que quiera el
hombre con acuerdo de su voluntad hacer un tan gran mal, como quitar la vida a una mujer que en
tanto tiempo quiso y amó, por solo cumplir con los hombres malos y mundanos y satisfacer el
vulgo”. Desde la literatura = Cervantes → aunque desaprobaba el adulterio femenino, mantuvo la
teoría de que suelen ser los maridos los culpables de las ofensas de sus esposas. En el teatro era
habitual la muerte de la adúltera.
Si una mujer casada era sorprendida in fraganti en adulterio, el marido podía ejecutarla en el acto,
pero no podía disponer de ella sin su amante. Esta justicia privada instantánea estuvo sometida al
peso de la prueba = el ejecutor debía dejar los cuerpos donde estuvieran hasta encontrar por lo
menos un testigo.
En cuanto al teatro, Díez Borque cree que en él se superponen, por un lado, ideas abstractas sobre el
honor y la relación hombre-mujer, y por otro la práctica de estas. Mckendrick → observa que las
tres famosas obras de Calderón que han sido ampliamente responsables de la wife-murder legend no
se desarrollan en la España del siglo XVII. Parece que en la sociedad española de los siglos XVI y
XVII existió una cierta conciencia respecto a la inmoralidad de las leyes vigentes sobre el adulterio.
La pena de muerte es gravísima – si además esta pena existe con un criterio tan manifiesto de
desigualdad, la posición de las mujeres se convierte en sumamente precaria. Si una mujer, por hacer
lo mismo que posiblemente hiciera su marido, puede ser ejecutada, el hecho de no serlo aparece
como perdón generoso, del que se puede seguir una respuesta de agradecimiento, interiorización de
la culpa y posterior sometimiento.
Los moralistas proponían un modelo de inserción de las mujeres en la estructura familiar, según el
cual ellas debían cumplir funciones de apoyo afectivo a los hombres, producción doméstica y una
cierta atención a los hijos → este modelo contenía elementos utópicos.
Había formas de eludir la clausura hogareña y una de las más habituales era facilitada por la misma
Iglesia Católica – a las mujeres se les permitía ir a la iglesia. Francisco de Osuna aconseja a la
mujer casada que no prometa sin permiso del marido ir a romerías, ni castidad, ni grandes
limosnas… Fray Luis de León afirma que la casa constituye el único espacio en que la mujer “ha de
mover sus pies” y no las calles, las plazas… Las formas de escapar de casa que tenían las mujeres
respetables eran las misas, las devociones a los santos, las procesiones y las visitas a los domicilios
de las amigas. Los moralistas se oponían a las meriendas de mujeres que se organizaban en los
hogares → Guevara afirma que – en las visitas – las mujeres hablan mal de sus maridos. Juan de
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Pineda aconseja a los hombres que no permitan a sus esposas recibir en casa a vecinas. Justiniano
afirma que van las casadas de casa en casa como quien anda pidiendo por Dios.
Alonso de Andrade → sostiene que los inconvenientes que se siguen de tantas visitas excusadas
como ocupan a las mujeres, son el descuido de sus casas e hijos y la pérdida de tiempo. En general,
en todo el siglo XVI, las iglesias eran lugares de confluencia social. El escape femenino de las
visitas y las meriendas estuvo más restringido a las mujeres urbanas de clases altas y medias.
Madame d’Aulnoy opina que “la conversación de ellas es libre y agradable, y fuerza es convenir
que tienen las españolas una vivacidad a la que nosotros no nos podemos aproximar”. Lady
Fanshawe sostiene que los españoles “en compañía son generalmente agradables y alegres, pero en
este aspecto las mujeres se llevan la palma, pues raras veces se ríen, y nunca ruidosamente, pero en
sus respuestas, en sus anécdotas y en sus ideas son las más ingeniosas del mundo”.
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