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La Sonrisa Etrusca: Una obra artística nacida de una imagen obsesiva
Con frecuencia, una obra artística nace de una imagen que obsesiona a su autor. En el caso de Sampedro, esta imagen es la de un anciano que contempla La Sonrisa Etrusca, embelesado por el conjunto escultórico colocado sobre el sarcófago etrusco conocido como "Los Esposos" en el museo de Villa Giulia en Roma.
Salvatore Roncone, viejo partisano de Roccasera (Calabria) en el sur de Italia, viaja con su hijo Renato hacia Milán para ser tratado de un cáncer. En el camino, mientras Renato realiza algunas averiguaciones con la administración del museo, Salvatore descubre la sonrisa indescriptible, sabia, enigmática, serena y voluptuosa del etrusco representado en la escultura, que con ternura abraza a su esposa. Ambos están recostados sobre un canapé en la presencia eterna que les da la piedra y con el enigma del misterio de un pueblo del que poco se conoce. Y en esa sonrisa del hombre etrusco, Salvatore se reconoce, con ella se identifica.
Todavía no sabe que algo de esa ternura va a despertarse en su interior en el encuentro con su nieto milanés. A lo mejor en sus células actúan genes ancestrales de ese pueblo perdido en las sombras de la historia. En el encuentro con el nieto Sampedro representa el choque de dos mundos: el de Renato y su joven y ejecutiva esposa Andrea, matrimonio nuclear con un pequeño hijo perdidos en la jungla de la Milán industrial, frente a su mundo campesino, de familias patriarcales y odios ancestrales entre vecinos colocados en orillas políticas distintas. Salvatore actuó en la resistencia contra los fascistas por allá en la mitad del siglo y los recuerdos de esa época recurren sin cesar en esos días de convivencia con la mínima unidad familiar de su hijo y nieto. Salvatore ve en el mundo que le toca vivir a su hijo un grave peligro para su formación y decide salvarlo de la trampa que significa, en su imagen del mundo.La ciudad moderna. Yactúa como si aún estuviera en la guerra clandestina, frente a los enemigos, en este momento inasibles e imaginarios. Su meta es salvar al nieto de la jungla citadina y llevarlo de regreso a su Calabria natal para que crezca en las montañas, bajo el cielo azul y en los olores y sabores del campo.
Pero en la Milán moderna, como en la Calabria campesina, no todo es bello pues en ambos hay hombres que hacen de su habitat un entramado de peligros y de odios que conviven con la ternura y el amor. En la mente de Salvatore los espacios y los tiempos se confunden. El apartamento de su hijo y el refugio en la montaña, uno ahora y otro varias décadas atrás, se funden en uno solo. Los peligros son los mismos no importa que se den en épocas distintas. En la guerra, Salvatore había descubierto el amor. Por Salvinia, la mujer que ama, se hace partisano y lucha en la resistencia. Y la imagen de Dunka, su compañera en la
: per andare a capo - ": per rappresentare il simbolo delle virgolette - í: per rappresentare la lettera "í" - á: per rappresentare la lettera "á" - ñ: per rappresentare la lettera "ñ" Ecco il testo formattato: clandestinidad, vuelve y vuelve a su mente: "su cuerpo sí que era frutal, dulce, oloroso. Y jamás fría la tibiapiel...". En la guerra vive la ternura: en sus brazos muere Daniel, el joven enlace que los salva y al que él no pudo salvar. En esta nueva lucha también encuentra la ternura representada en Hortensia, la madura mujer que lo acoge y le acolita sus locuras y en cuyos brazos finalmente muere. Salvatore representa el cariño rudo, curtido por las dificultades del mundo hostil, que enciende chispas de vida para poder sobrevivir. A su mente llega otra visión que lo personifica: la madona guerrera que Miguel Angel esculpe en la Pietá Rondanini Torlonio. La ha contemplado coronada de casco marcial en un museo de Milán, impasible, como él, ante la muerte. Esta Pietá, el cariño de Hortensia y la ternura de su nieto, le dan sentido a Salvatore en la ciudad inhóspita.
Identificación de sus mundos, su nieto se llama Bruno y Bruno es el alias con el que le conocían en la resistencia. La coincidencia le sorprende, pues su hijo nunca supo de su alias. Y por la mirada tierna del bebé se enciende en llamas el rescoldo de ternura que el viejo campesino ha tratado de ahogar toda la vida y que a medias le permite controlar el odio que siente hacia el grupo familiar rival en su pueblo. Sólo espera que muera el patriarca de esa familia rival para regresar con el nieto, triunfante a su pueblo. El amor y el odio lo sostienen en su lucha por la vida. El abuelo quiere proteger al nieto, como protegió a sus vecinos en la guerra.